miércoles, 25 de mayo de 2011

Asa-Tor en Solvalla

Basti Nauman

Hace más o menos una década conocí a una familia que poseía un caballo de carreras. Esta razón me animó a visitar Solvalla un cierto número de veces.
Debo decir que las carreras de arnés no son precisamente de mucho interés para mí. Se sabe que elevadas cantidades de dinero se manejan en todos los deportes de hoy, y creo que esto es algo muy normal. Pero, si se habla de la pista de carreras, se trata exclusivamente de dinero. El público tiene la misma relación emocional con los caballos como se puede tener con el número de las bolas en una máquina donde se juega la lotería. Es decir, conocer cuál es la calidad de vida de los caballos no es una prioridad. Lo que más bien desea saberse es qué tan veloces serán en la siguiente prueba. Muy pocos propietarios de caballos de carreras entienden además lo feliz que resulta, en un momento de comprensión y calma, poner su mejilla junto al hocico aterciopelado del caballo.
Sin embargo, algo nunca visto ocurriría en una de las carreras de caballos, empezando por que uno de éstos tenía una dimensión muy especial. Por supuesto que en esta carrera participaría el mismo viejo grupo de competidores, como era costumbre, pero esta vez sería una carrera única por algo que nada tenía que ver con el dinero: sería más bien una descomunal lucha por el poder, que en la pista iba a convertirse en una especie de tragedia griega o, para ser más exactos, en un mito nórdico.

Y todo sucedió así:
Aun aquellos que eran completamente indiferentes a las carreras de caballos sabían quién era Stig H. Johansson. Era bien conocido en el medio como un rey sin corona. Ningún otro competidor le llegaba a los tobillos. ¿Cuántas carreras —nadie lo sabe, no siquiera él mismo— había ganado? Hacía mucho tiempo que había perdido la cuenta.
Suena lógico que hombres como tales sufran de arrogancia, y que su éxito espectacular e interminable atraiga también muchas envidias y enemistades. Curiosamente, no era este el caso. Stig H. Johansson era un caballero, respetado y querido por todos, incluso por sus competidores. Y durante el tiempo en que tuve acceso a Solvalla, estando "detrás del escenario", no escuché a nadie decir nada malo sobre Stig H. Al contrario, su nombre se mencionaba siempre con respeto y afecto.
Ocurría en aquel tiempo que una yegua llamada “Peace Corps” estaba en pleno apogeo de su carrera. No sé si era el mejor caballo de carreras en el mundo, pero representaba en todo caso a la élite más alta. Cuando uno veía a tal corcel, podía entenderse inmediatamente de quién se trataba. Tenía un enorme carisma. Era alto, musculoso, explosivo, arrogante, terco y con pleno conocimiento de su posición y valor. Y quién sería el más digno para entrenar a esta Súper Estrella, si no Stig H., maestro de maestros entre los entrenadores de caballos de carreras. Sin embargo, la destreza mental del propietario no resultó tan formidable como la entereza física y competitiva de “Cuerpo de Paz”: de repente, al dueño se le ocurrió que Stig H. no era lo suficientemente bueno, y decidió que otro entrenador estuviera a cargo de la yegua. Esta acción resultó entonces provocadora, como si se tuviera la intención de insultar a Stig H.
Cuando esto se supo, la consecuencia fue un estado de ánimo rencoroso y de franca molestia en el medio hípico. Tanto los propietarios de caballos como los competidores tomaron esta ofensa al monarca del deporte como un insulto personal. Por ello comenzaron a circular historias que describían a los propietarios de Cuerpo de Paz como unos “ordinarios cochinos”. Entre estas cosas, se felicitó, por ejemplo, a la cuidadora de caballos porque era una experta en “despilfarrar” el dinero de los accionistas mediante la compra de vendas para Cuerpo de Paz que sólo costaban unas diez coronas. Y es que siendo los vendajes equipos esenciales, era la única manera en que conseguía la pobre, leal y honesta muchacha continuar costeando su propio y escaso sueldo, mientras que los dueños ganaban millones.
En medio de esta enrarecida atmósfera y la consabida carga emocional que acompaña la ejecución de una carrera, Cuerpo de Paz se encontraba en la lista de salida que era, por supuesto, encabezada también por Stig H., así como por otro famoso conductor, cuyo nombre no recuerdo. Stig H. había firmado lugar finalmente para el lanzamiento de una yegua llamada “Queen L”.
Esta “Reina L” sobresalía junto a Cuerpo de Paz en todos los aspectos: en los corporales porque era más bien pequeña y poco visible. En cuanto a músculos era bastante modesta; era como si éstos anduvieran discretamente debajo de la piel de la alfombra. En cuanto a la actitud, era dulce, amable y humilde. Buenas características para un caballo en una escuela de equitación, pero difícilmente las óptimas para convertirse en un exitoso caballo de carreras.
Antes del inicio, el lugar mostraba un lleno completo, con gente congregada particularmente en el tramo final de la cancha. El ambiente era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Di la vuelta y escuché la conversación entre el público. Todos deseaban intensamente que un milagro sucediera, y que Stig H. y Reina L le ganaran a la mierda aquella de “los Cuerpos de Paz” para disgusto de sus viles esbirros. Pero nadie creía seriamente que esto iba a pasar.
La carrera comenzó. Cuerpo de Paz empezó corriendo con la cabeza bien alta y un evidente juego muscular. La adrenalina bombeaba en su torrente sanguíneo y lucía como si un instinto asesino e infernal brillara en sus ojos. En seguida iban sus homólogos, que con respeto avanzaban como en un juego de sumisión; los músculos de éstos sobresalían menos y sus niveles de adrenalina eran menores también. En sus ojos, a lo sumo se reflejaba un “¡me lleva...!” inicial. Aun el más ambicioso de los competidores en el grupo estaba destinado para el segundo lugar, porque Cuerpo de Paz había ya reservado el sitio del ganador. No recuerdo cómo las probabilidades estaban de pie, pero invertir en Cuerpo de Paz habría sido inútil.
Reina L fue más humilde que nunca. Si se le comparaba con los otros caballos, aquellos se miraban desnutridos, pero no tenía la menor sombra de una oportunidad de mantenerse al día con los arreos de Cuerpo de Paz & Co. Y, además de que se colocó bastante rápido en los últimos lugares, su trote ligero se acercaba más al de un andar cansino en medio de la calle. Perdió más y más, y pronto su distancia era una media vuelta después del pelotón. Esto no es una exageración de mi parte. Era ya la mitad de una vuelta atrás, si no más, esta es la dura verdad. Ya entonces estaba claro que ella no sólo perdería el partido contra Cuerpo de Paz. Reina L y Stig H. serían humillados.
Con el corazón apretado, moví la vista hacia el frente, donde cual emperatriz universal Cuerpo de Paz lideraba su corte. Era tal la velocidad a la que iba, que el resto parecía preocupado tan sólo de lograr llegar a la meta o al menos no quedar tan lejos. Cuerpo de Paz pasó como relámpago al frente, haciendo trizas la ilusión de los pobres seguidores de la Reina L, y ante mis gafas espirituales de color triste, pensé que en su vuelo el Cuerpo de Paz lanzaba miradas de desprecio por el campo de hierba contra los simpatizantes de Reina L, que con valentía seguía en sus primeros pasos, intentando ir en contra de la humillación cruel e inevitable.
Tan era así que esta carrera casi había terminado en larga distancia. No se podía morir antes que admitirlo: para el público se hizo cada vez más claro el dominio de Cuerpo de Paz, aun después de que una u otra gota de ácido láctico había encontrado su camino en los músculos en juego. No era mayor problema para Cuerpo de Paz. Los otros caballos en el grupo de cabeza tenían dos veces más ácido láctico en las piernas y respiraban con dificultad. El conductor de Cuerpo de Paz tenía un férreo control de la situación. La mayor parte de la carrera había sido cosechada. Nadie tenía el menor viso o posibilidad de superarlo.
Así, la carrera entró en la última vuelta, y en ella una mirada instantánea de qué pasa con la Reina L actuó contra la vista general, pues casi todos los ojos estaban fijos en la supremacía del momento del perseguidor de la victoria. Y por todos los medios, Reina L. había tomado en realidad una buena parte de la distancia que la separaba antes del grupo de cabeza… Es cierto, ella no tenía absolutamente ninguna posibilidad en un lugar destacado, pero tal vez todavía podría ahora no ser un fracaso total.
Se acercaba la última curva. Cuerpo de Paz, en solitaria majestad como siempre, se centró en el desfiladero con la arrogancia triunfalista frente a la audiencia, dirigiéndose hacia la línea final. En la curva estaba preparándose otra forma de tomar, con el ventilador de costumbre, la batalla por el segundo lugar... Y al final del grupo de cabeza, flanco derecho, se alzaba Reina L!? De repente estaba allí, sin que nadie supiera muy bien cómo se había colado.
Stig H. sabía que Reina L no era exactamente una velocista explosiva, pero tenía una fuerza enjuta de larga distancia, incansable si corría a su propio ritmo. Con su singular estilo, Stig H. conocía el paso perfecto para la Reina L, y si iba tan atrás al comienzo no era porque corría demasiado lento, sino porque Cuerpo de Paz y su séquito quemaban la pólvora antes de tiempo. Stig H. había roto la camisa del grupo de cabeza por mantener a la Reina L moliendo en su particular avance para ahorrar algo de energía. De manera imperceptible, se había deslizado así al ataque de un estado soberano.
A medida que el pelotón perecía en la última curva, con Cuerpo de Paz a la cabeza, el ventilador se movía hacia afuera antes del brote en la meta; tiempo en que Stig H. se inclinó hacia adelante e hizo un gesto suave con su látigo. El movimiento fue restringido; su rostro era inexpresivo —es conocido por su cara de póquer inescrutable—, pero su lenguaje corporal era en el claro ahora como las llamas:
—¡Eha, Reina L, vamos con todo y un poco más, ahora!
Y este “ahora” fue de una notable transformación. Reina L arrojó la máscara. Su humildad se esfumó ante todos los otros pilotos, sumidos en un rol de personajes secundarios. Reina L parecía de repente ser el doble de grande que los demás. Con la postura erecta y acero en los ojos se lanzó hacia adelante para que la grava se rociara en sus pezuñas. Cuerpo de Paz mantuvo un buen ritmo, pero ante el sprint furioso de Reina L devino entonces en un cuerpo achicado y decrépito. Parecía la banda de rodadura del aire en cámara lenta, atormentado por una pesadilla. Se agachó aterrorizado en la grava que escupía la Reina L, que en enérgico y fresco movimiento, tan fresco como el rocío de perro sobre el árbol, se levantó, dejando a todos sin aliento, hasta tronar el pasado como una veloz locomotora y romper la línea de meta por varias longitudes de caballo, superando irremediablemente al Cuerpo de Paz.
La humillación destinada al rostro afable y amistoso de Reina L cedió su lugar al otrora inmenso ejemplar, que con la mirada perdida y la cabeza colgando tomaba ahora su camino. En el círculo de ganadores, donde Cuerpo de Paz había sido imaginado como poseedor de la admiración entusiasta de la multitud, ahora estaba Reina L. Y nadie pasó tanto como ahora su mirada a los Cuerpos de Paz. Su propietario debe haber sufrido una especie de hemorragia consecuente.
Cuando la Reina L galopó y alcanzó la línea de meta, una extraña alegría se levantó en la pista Solvalla. En términos de decibelios, podría tal vez no estar a la altura de lo que puede ser escuchado en un estadio de futbol repleto en la ciudad de México en una final. Pero durante esos segundos, Solvalla fusionó todos los individuos en una sola alma. El júbilo fue especialmente coherente, como un coro de gran alcance. Al rojo vivo, el grito triunfante hizo que los pelos de la nuca se izaran y el suelo temblara. Alegría liberadora que viene desde la garganta. Tan brillante como los momentos divinos, necesarios para experimentar cómo se hace justicia en un drama real.
Fue un momento de oro el de Stig H., quien con honor y justicia en tan limpio día cruzó la meta con la reina L en Solvalla. Lo mismo lo fue cuando el poderoso Asa-Tor, con el caballo de la velocidad del viento Sleipner entró triunfante en Valhalla con su martillo Mjölner.
Yo no sé acerca de si Queen L y Stig H. vivieron felices para siempre. Pero lo supongo. Y si no fue así, entonces no sé nada. Los cuentos de hadas hacen que un final feliz no sea negociable. Y este final incluye algunas extremas medidas de justicia. Basta recordar en la versión original del cuento de hadas de Hansel y Gretel, donde la bruja mala tiene que bailar hasta la muerte en los zapatos de hierro al rojo vivo. Mas en las historias reales también los malos pueden obtener un terrible castigo, en aras de un probable “final feliz”.
¿Cómo la verdadera historia de la Reina L y el Cuerpo de Paz puso fin a los malos?, no se sabe algo definitivo. Pero por mucho tiempo no se ha oído hablar de ello con tanto detalle como después de la gran carrera. Cuando Stig Johansson H. se sentó en su trono, con la felicidad brotando de la gente en Solvalla. Y ahí permanece. Siempre se querrá este tipo de Solvalla. El Valhalla.

Traducción (del sueco): Elvira García Sainz
Sollentuna, Estocolmo.

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