jueves, 7 de marzo de 2013

El lenguaje discriminatorio es una falta, no un derecho


La corte determinó que las frases homofóbicas incitan al odio y nada tienen que ver con la libertad de expresión. Por lo tanto, el discurso discriminatorio se podrá penalizar.

http://www.noticiasmvs.com/#!/noticias/palabras-homofobas-no-estan-protegidas-por-libertad-de-expresion-scjn-860.html

Una frase lleva a la otra... el efecto de las palabras

Elvira García Sainz

Muchas frases que se pusieron de moda en ámbitos escolares, juveniles, son más bien ya inocentes como "buey" ("¿y quién es ese buey?", "no'mbre, buey, está bien buena", "amo un chingo a este buey"), y ahora por ahí y allá se escuchan otras tales como "puto", "perra", y otras con distintas connotaciones, que incluso son catalogadas como "divertidas". El libre uso del lenguaje tiene límites, y son sobre todo los de que no atente contra los derechos de los otros ni contra los valores humanos fundamentales. Si no estamos consciente de la importancia e influencia que este tiene en la sociedad y el significado que el discurso discriminatorio puede tener como medio de actitud represora, nos veremos envueltros en una red de influjo al odio y de confabulación para intentar desacreditar o perjudicar a otros.

El derecho a reír es parte de una actitud sensible e inteligente.

Hace algún tiempo, una amiga me visitó para conversar, poco después de un viaje que había realizado. En ese viaje se había reunido con amigos de muchos años antes y mientras platicaban alguien empezó a decir chistes de contenido homofóbico. Varios de los presentes se rieron, pero una de sus compañeras se levantó, se despidió y dejó la reunión, pues le parecía que ese tipo de bromas no eran válidas ni mostraban respeto por el otro. No faltó quien opinara "qué delicada, qué poco aguante tiene", "ay, pues allá ella si es tan intolerante, ella se lo pierde", o "ah, es que su hermano es gay, pero pues sólo eran bromas, muy chistosas por cierto" . ¿Y a ti qué te pareció?, pregunté. "No sé, creo que fue triste que se fuera y ya no la vi, pero ya ves que es muy normal que la gente haga ese tipo de chistes". Reflexionando en ello, concluí que no debía ser ya visto como normal ningún tipo de broma cuyas palabras y sentidos son insultantes y van en contra del otro, ni siquiera porque ese "otro" que se descalifica no forma parte del grupo. Que esos amigos debían haber reconsiderado, y darse cuenta de que esa conducta debía cambiar, porque va contra quien es visto como diferente, sea por razones de opción sexual, como también podría ser por cualquier otro caso de diversidad en la religión, partido político, por  decisiones de con quién vivir, si los padres se separaron, por síntomas de alguna enfermedad congénita, desventaja física, síndromes, periodo de duelo, catástrofe económica, desgracia o cualquier otra diferencia propia de alguna circunstancia involuntaria o elección voluntaria que no es ningún delito ni debiera mover en los otros un ánimo de  marginación o desprecio ni ser usada para confabular contra otros. Por un lado, deberíamos detener esa actitud. Y, por otro, dejar de ensalzar o celebrar las ocurrencias o actos de abuso de quienes incluso presumen de ellos como si fueran una virtud. Y preguntaba cuáles serían las mejores formas de orientar nuestra propia recapacitación o la de quienes se aferran a tales incongruencias en un mundo tan tergiversado, donde todos podemos cometer errores, pequeños o grandes. Esta conclusión tomó por sorpresa a mi amiga, y la sorpresa me tomó a mí cuando dijo que yo estaba siendo muy negativa, que ella prefería que no fuéramos amigas porque yo acostumbraba a andar criticando a los demás, por una cosa o por otra. Creo que no sólo hablaba de ese incidente, y andar criticando es "defecto", admito, de personas y de periodistas, que una trata de ir armonizando con nuestra vida diaria y nuestros diferentes ámbitos de convivencia social. Vi claro que no simpatizo con las bromas o el discurso homofóbico, y no apoyo una opinión en su favor.
A veces es incluso difícil darse cuenta de cuáles bromas o expresiones son discriminatorias, homofónicas, sexistas, de mal gusto, pero en cuanto tengamos la duda, nos sintamos repitiéndolas o las detectemos, hay que ponerles un alto. Tal vez mi amiga se sintió acusada de complicidad en esas conductas, y en el mejor de los casos revaluó el asunto como a todos nos toca hacerlo y no es precisamente placentero darse cuenta del significado degradante que pueden tener las palabras y el daño que pueden producir en el ser humano, desde los pequeños actos hasta otros, de los que probablemente nos toque ser testigos, receptores o  quien los comete. En cuanto a las bromas, el mundo podrá parecer muy aburrido para algunos sin las bromas discriminatorias o sexistas. Incluso se pusieron de moda espectáculos basados en bromas tales. El llamado "humor" blanco incluso era descalificado. Pero siempre habrá lugar para buenas bromas, sólo que la broma tiene también estándares de calidad efectiva, líneas de frontera, y la que apuesta a la morbosidad no parece la mejor opción tampoco para una vida de libertad social. Hasta para ser bromistas hay que tener  un probo talento, tanto en reuniones privadas como públicas. El humor y la risa son virtudes indispensables, parte de la creación individual y colectiva. Las creaciones del humor son pieza clave del pensamiento lúdico. Y la risa será la expresión del gozo, basado en compartir hechos, recuerdos, tesoros culturales, sensibilidad e inteligencia, la metáfora cotidiana, el buen vivir con el buen decir, sincero, abrazador; genuino y crítico incluso, bien fundamentado y bien dirigido. En la conversación cotidiana, asimismo, entre menos indirectas haya, menos temerosa será la respuesta. No son las palabras las proscritas por un significado, sino por su uso para denostar u ofender, para amenazar o reprender. El derecho a la risa es parte de un sentido común y un momento de entretenimiento libre, inteligente. Como la conversación en general.
Nuestra reacción a ofensas o tratamientos indebidos de las personas en la vida cotidiana puede ser lenta, tardía, trátese de nosotros mismos o de otras personas, por mediar preocupaciones personales, laborales, de redes sociales, de estabilidad familiar, amistosa y muchas tantas otras razones que a veces son la causa de que se postergue nuestra reacción, y nos vemos obligados a dejar de lado hasta hechos. De reaccionar, hasta se nos acusará de andar juzgando a las personas, que atrapadas evitan analizar un acto inconveniente, y por no querer "estropear" súbitamente nuestra relación con alguien o alguna entidad, vamos retardando la decisión de enfrentar la anomalía, de señalar el fallo, o reconocerlo, hasta que en algunos casos parece que la única opción es romper con una relación por diferencias ya irresolubles. O porque de plano no se puede hablar del asunto.
Al darnos cuenta de los fallos, debemos buscar atender, resolver, reparar, aprender de los errores al menos y negarnos a que se repitan. Cuando vamos dejando y dejando pasar actos irregulares, por temer a ciertos efectos desagradables, llega un momento en que incluso esos actos parecen justificarse para el que los comete, y tal vez llegue el momento en que para el que los conoce o sufre de ellos evite enfrentar los hechos pero podrían llegar efectos aún más desagradables. Algo parecido a un olvido aparente puede ocurrir, pues puede parecer imposible corregir un asunto, incómodo, pero pues eso puede ser menos pesado que vivir cargando con la culpa y que se convierta en una bola que rueda y rueda hasta que es gigantesca. A veces podemos, sin embargo, reaccionar pronto a diferentes casos, sencillos o complejos.
Ser madre o padre, pareja, amigo, colega, trabajador, ciudadano, representa para mí la prueba cotidiana de aprender diariamente, de practicar, mostrar e inculcar si es posible con los demás, sobre todo los hijos o sobrinos, esa capacidad y del respeto de los derechos de las personas, animales, principalmente, de los recursos naturales que son nuestra mayor riqueza y hasta pueden incluirse los bienes, culturales y patrimoniales producto del esfuerzo responsable, de una vida productiva que construye para bien, para el bienestar familiar o común. Si hemos ido dejando de lado asuntos tales, retomarlos, recomenzar, recapitular, y caminar con ello.
Una vez esperaba el autobús y llegaron una niña y su mamá, así  lo parecía; se pararon a unos metros de mí. La madre regañaba a la hija y, de repente, la tomó de los brazos y la empezó a sacudir violentamente por los hombros. Algunas personas sólo callaron. Alguien caminó al otro lado de donde se encontraban. Me acerqué y le pedí a la madre, seriamente, que se detuviera. La señora me miró, desafiante, preguntando "¿perdón?". Igualmente firme, y seguramente con un semblante bastante molesto, le repetí, sí, deténgase, debe dejar de hacer eso. Además, ¿qué no ve que es una pequeña? ¿Es su hija? "Sí", me dijo, y se calmó de repente. La niña nos veía desconcertada, hablábamos en inglés, tal vez no entendió todo, pero regularmente los niños leen más rápido el lenguaje gestual, y le dije en sueco a la niña "no te preocupes, tu mamá arreglará esto pronto contigo, todo estará bien". La mamá sólo dijo ok y empezó a hablar con la niña en otro tono. Unas personas, que parecían los abuelos, llegaron y las saludaron, entonces ya la niña sonreía y la madre estaba más calmada y tomó su mano mientras que el autobús llegaba y todos subíamos a él. Mi reacción fue rápida, y creo que cualquier madre o padre exasperados, estresados por la vida actual, han de pasar por momentos en los que la paciencia no les ayuda más, y más paciencia tendrán que buscar. Hay casos de muchas mayores consecuencias, donde no sólo es cómo alguien sacude los hombros a otro más vulnerable, hay palabras altisonantes, hostigamiento, o un alto grado de violencia. Los choques, la falta de entendimiento, pueden ir marcando una distancia entre los hijos y los padres, entre los niños y los profesores, entre los jóvenes y los compañeros de clase, entre los compañeros de trabajo, o producirán un efecto mariposa en otro momento, de continuar, y en otros ámbitos de la vida colectiva, pública, política. A veces una decide apartarse de la "influencia negativa" de otros o de algún grupo, por una libre elección de amistades, de redes sociales, y en algunos casos no hay vuelta de hoja, las cosas fueron demasiado lejos. Pero en ocasiones, especialmente cuando se trata de lazos familiares o vínculos afectivos indelebles y vale la pena, se busca reparar los errores, subsanar las deficiencias, reponer la falta, fortalecer la confianza. En fin, que dentro de todo esto algo necesario es compartir la complicidad, salvados todos esos obstáculos y compartir un acuerdo de unidad en el respeto al otro que respeta. Bueno sería entrenarse con frases de ayuda, como en el gimnasio con las pesas, para que no nos falte la voz ni la oportunidad y ser capaces de decir a los demás: "¿Podrías reconsiderar ese punto?"; "Creo que aquí hay que hacer un paréntesis y revisar esto", "¿Qué te parece si...?" o "No, eso definitivamente no es viable, así no podemos hacerlo, pero sí podemos hacerlo de otro modo"; "Deberíamos tomar cartas en el asunto"; "Lo siento, en eso no puedo cooperar (va contra mis principios)"; "Piénsalo bien, no podrás obtener una buena respuesta con esa medida, sería sólo una provocación"; "No concuerdo"; "Mi opinión al respecto es diferente"; "No, esas expresiones son degradantes, no las comparto ni las apoyo", "Ese criterio no concuerda con nuestros propósitos ni misión, debemos corregirlo", "Vamos a cambiar esa idea, la verdad no ayuda a nada". Y si alguien quiere obligarte a algo, decir de nuevo: "Déjame pernsarlo"; "No puedo, no me es posible, pero lo que sí podríamos hacer es...", "Eso está fuera de mi alcance"; "Consultemos con la parte afectada primero": "No, no parece correcto, pero podríamos buscar otra forma para resolver el problema".
Y cuando alguien o algo discriminatorio aparece en el ambiente familiar, profesional, laboral, público, la forma puede ser diferente, puede ser de manera sutil o enérgicamente, y si no podemos reaccionar en el momento pero sentimos que algo parece raro, hay que darnos una pausa, atender la alerta, pedir espera a nuestra respuesta, pedir orientación, preguntar más acerca de lo que pasa. Y si la parte que ofende o insulta recapacita, apoyar la rectificación en ambas partes será otra prueba más. Tal vez la forma va a ser lo de menos cuando algo muy importante en el fondo se nos advierte (aunque también la forma causa diferentes reacciones, por eso andamos devanándonos los sesos para no "herir" susceptibilidades de las personas o no ser heridos tampoco). Pero díganme, ¿es que se puede estar hablando "bonito" a alguien que usa frases discriminatorias todo el tiempo? Tal vez no "bonito", no adornado, pero sí claramente. Se tiende la mano a la persona y a los actos responsables, automáticamente, tampoco somos una máquina para programar, también vivir implica hacerlo libremente, por eso dominar esas prácticas es parte del ejercicio diario como tomar un poco de sol, caminar unos quince minutos, beber, comer y dormir. Pero hay que atrevernos a enfrentar la alevosía y el ataque, saber reconocerla, saber prevenirla. Y si se responde con frases discriminatorias a las que lo son, pues eso sólo agravaría el problema. He ahí, no es fácil encontrar la mejor forma, pero hay varios buenos caminos para andar, ineludibles.
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Suecia, 7 de marzo, 2013.